miércoles, 18 de abril de 2012

Cenotes, en las fauces de los dioses


Hace unos años trabajaba en una empresa que me enviaba a una convención cada seis meses. Fueron unos viajes estupendos, dos de ellos coincidieron en zonas de buceo, Cancún y Curaçao, y fue una gran oportunidad para conocer dos sitios estupendos de buceo.

El bucear en un cenote me provocaba cierto temor y temblor. Estábamos en una zona con mucha historia para los locales, estas cuevas sumergidas. Se pensaba que en ellos habitaban presencias sobrenaturales a los que se ofrecían ofrendas y sacrificios; siendo estos huecos en la selva una puerta al Inframundo.

Solo tuve oportunidad de disfrutar de 2 inmersiones, y no he vuelto a esta zona. Las fotos que os adjunto no tienen gran calidad, pero me encantaría poder transmitiros la emoción que experimenté, primeramente en la belleza interior del verdor de la superficie, y por otro lado la extraña sensación de la haloclina en la visión. Reconozco que yo me agobié bastante, no porque esa extraña sensación en los ojos se me hiciera difícil de soportar bajo el agua. Creo que el temor hubiera sido igual de estar en superficie.

Este laberinto de túneles interconectados mezcla agua dulce y salada, en algunos cenotes es tan obvia esta mezcla, que la sensación de que tu vista lo difumina todo es muy fuerte. Fundamental no estar en la estela tras las aletas de la persona que va delante, mientras el agua no está agitada, la visibilidad es buena.

Por último, al mirar alrededor mío, sentí que estaba en una catedral laboriosamente tallada. Estalactitas imposibles, las raíces de los árboles, y en algunas ocasiones huecos por los que se cuela la luz, haciendo unos contrastes bellísimos. Este mix de emociones no la he vuelto a experimentar nunca. Y deseo volver allí, después de varios años, con más experiencia creo que exprimiría cada inmersión mucho más.





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